L'estàtua de Vives


L'ESTÀTUA DE VIVES

Vives parece pensativo. ¿Qué le pasará? Vives, en bronce, se levanta en su pedestal, en el patio de la Universidad. Está cubierto con su boina usual, tal como la lleva en el retratito que aparece en la traducción de los Diálogos, por Coret y Peris... La boina no es, cual se cree, originaria de Vasconia, sino de la Europa central.

¿Qué le sucederá a Vives? De la tierra española partió en 1509. Y lleva ya estas fechas, en 1522, trece añitos ausente de la Patria. Está triste Vives. Y lo está porque no sabe lo que hacer. Juan Luis es dedicado y sensitivo. Todo sensitivo, duda. Y la duda en el sensitivo es un conflicto doloroso. A Vives acaban de escribirle de España, aquí a Lovaina, ofreciéndole una cátedra en la Universidad de Alcalá de Henares. ¿Aceptará? ¿No aceptará? ¿Volverá a España? ¿No volverá? Si no vuelve ahora, y a la vuelta tal vez sea imposible. Y si vuelve, ¿qué le sucederá?
Esta última pregunta encierra un problema, no de carácter político sino simplemente psicológico. Primero, en España, Vives estará, no en su tierra, orillas del Mediterráneo, sino en la altiplanicie castellana. Ese paisaje y ese ambiente él no los conoce. Tendrá que luchar para adaptarse. Y podrá o no conseguir la adaptación. Por otra parte, Vives lleva, como hemos dicho, trece años fuera de España. Trece años son muchos años. Puede ser ya tarde para el regreso. La Patria se impone a nosotros de un modo imperativo. La Patria nos da mucho -ideas, sentimientos, emociones- y exige, en cambio mucho de nosotros. Cuando nos ausentamos de ella y estamos lejos mucho tiempo, vamos perdiendo el efluvio particular que la tierra nativa nos prestara. Porción de raicillas invisibles se van cortando: las raicillas que nos ligaban a la tierra querida. Y llega un momento en que, siendo los mismos, sintiendo amor vivo a la Patira, somos otros. Y lo somos, tanto para nosotros, como para los demás. Los demás, nuestras compatriotas, vueltos nosotros a la Patria, nos miran y ven que, a pesar de los cambios físicos, somos los mismos. Pero existe algo en nosotros -y ésta es la tragedia- que, sin nosotros quererlo, nos aparta de los antiguos amigos y aun de los familiares queridos. ¡Ay, pagamos nuestra culpa y vamos a ser, perpetuamente, extranjeros en nuestra Patria! ("La estatua de Vives", dins Valencia, Azorín, 1940)

Nos encaminamos a la Universidad. Pero antes, puesto que estamos cerca y su imagen en bronce -en el patio académico- nos lo ha de recordar, podríamos pasar por la calle de la Taberna del Gallo, en homenaje a Luis Vives. En realidad, la calle en cuestión casi ha desaparecido. De todos modos, siempre resultará oportuno evocar al preclaro humanista en los mismos lugares de su niñez. Vives nació en la calle de la Taverna del Gall el 1492, pero a los diecinueve años marchó a París, y de allí a Lovaina, a Oxford, a tantas otras ciudades europeas -la vida errante y apurada del intelectual de su tiempo-, para morir en Brujas el 1540. Vives añoró siempre su tierra natal, hablaba de ella en sus libros y cartas, sostuvo en la portada de sus obras el gentilicio valentinus como un signo de fidelidad, casó con una valenciana; sin embargo, nunca más quiso volver por acá. Su alejamiento es un enigma entristecedor. Hay quien sostiene que, siendo judío de familia, temía a las iras de la Inquisición: algunos de sus parientes habrían sido quemados, en carne o en figura, por el Santo Oficio. Sea como fuere, Vives, el ausente, es una de las glorias más puras de la ciudad. En el claustro de la Universidad, por cuyas aulas pasó -y de cuyas aulas huyó- a poco de creada (1501-1502), su estatua resignada patrocina la vacilante aplicación de la juventud estudiosa. (dins El País Valenciano, Joan Fuster 1962)

I EL MOVIMENT DELS ESTUDIANTS


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